Month: septiembre 2008
Deja que la vida llueva sobre mí. Nuria Amat por Carlos Fuentes.
La estelar escritora catalana Nuria Amat escribe en una lengua que une a cuatrocientos millones de hispanoparlantes.Importa su fidelidad a la literatura, su devoción a la letra. Ensayo -Todos somos Kafka-, crítica literaria -Juan Rulfo, el mejor trabajo sobre el autor mexicano-, periodismo de ¿combate?, ¿rectificación?, ¿ubicación? Y sobre todo, novela. Muy subjetiva: El país del alma. Muy objetiva: Reina de América, impresionante relato de la Colombia guerrillera y viciosa. Y ahora, un libro de una complejidad y riqueza que no son ajenas al riesgo de presentar una novela que se desconoce a sí misma, que se disfraza de autobiografía sin serlo, de colección de máximas que se autominimiza, como si la autora nos desafiara a buscar y encontrar la novela llamada Deja que la vida llueva sobre mí.
Los aforismos de Amat son como signos breves y llamativos de un camino que no quiere revelar su destino. El estilo desvela y encubre los "temas" que se van sucediendo. El padre. La madre. Los hermanos. Los amigos. Los amantes. Los maridos. Hasta anclar, reveladoramente, en dos personajes tan "creados", por así decirlo, tan "literarios" que, retrospectivamente, iluminan la profunda unión de aforismos y caracteres.
Amat propone una autoría solitaria, des-ubicada, fuera de lugar en todas partes y no da cuartel para recordarnos la soledad del acto de escribir. Se escribe en el lugar de los desheredados, donde nos toca la locura ajena, donde los amantes buscan la catástrofe, donde las recámaras evocan los cementerios, donde soñar es naufragar en el secreto del cuerpo, donde Dios es el vecino de la pieza de al lado, donde sólo al gritar somos sinceros, donde el miedo a morir es "el motivo secreto de la ruptura de tantas parejas que llevan años juntos y que ven en la vejez el castigo por haber vivido". Donde la muerte es la moneda que se paga por el lujo de vivir.
La escritora se da cuenta de que un amor, sin embargo, ha sido verdadero sólo al perderlo. Entonces se deja atrás la indiferencia, el "nudo de plomo" que hunde a las parejas cuando "ya nadie quiere despertar al lado de alguien con quien no es feliz" y se gana, en cambio, la inmensa posibilidad de "amar con tanta intensidad algo que no existe". Fortuna que reclama -es la vía de la concreción amorosa- lo más nimio, olvidado y perdurable de una relación de pareja. Hacer reír. Despedirse con elegancia. Salir de la cama con una mirada consternada. Naufragar en el secreto del cuerpo, y no poder desnudarse del todo porque nuestro gran disfraz es el cuerpo.
Evocar dos caracterizaciones que por sí solas le dan su espesor de ficción a esta frágil y aleatoria aproximación a la verdad y a la mentira de nuestras vidas. Hay una anciana, Dominica, analfabeta, sola, enlutada, que no reza porque es pobre. Es experta en encontrar los mejores escondites y el mejor de todos los escondites es la tumba. Allí, Dominica parece estar en su país de origen. Vivió sin quejarse: sabía que lo peor ya había sucedido. "Así y todo", dice la autora, "consigue regalarme su voz y su palabra".
El otro personaje es un joven que, abandonando la droga, envejece en un paraje boscoso de difícil acceso donde cuida plantas y también cultiva la soledad. Ejerce la memoria con la esperanza de volver a nacer. Cuando lee, se desmaya. Le seduce la exageración. Cree que el narcisismo es un arma contra la muerte.
Ambos -la anciana y el hombre del bosque- provienen de una España de militares y sacerdotes, a donde acaba de llegar el teléfono y apenas se canalizan las aguas negras. La evocación de la España reciente, agraria, tiranizada, ofrece un fortísimo contraste con el país moderno, europeo, cosmopolita, atado aún a regionalismos, patrioterías y discordias añejas. Nuria Amat no oculta los caminos de su liberación como narradora. Ama el mar. Ama el hecho de que en España el horizonte marino nunca esté demasiado lejos: sumergirse en una cala es esquivar la muerte. Ama a los amigos. Ama a quienes la amaron. Ama, así, a los amantes que han muerto y escucha la "voz arcaica del ángel condenado". Ama la música, la tormenta y las emociones.
Pero no se engaña. Como puede ser, lo bueno y hermoso puede no ser. En cambio, florecen siempre las flores de la discordia. Las tragedias forman sus nidos. A veces, sólo se ama renunciando al ser amado. Nos rodean personas que buscan enemigos, que hablan mal de otras personas, que se caricaturizan en sí mismas en el acto de la envidia...
El libro de Nuria Amat es un poema sobre la posibilidad e imposibilidad de ser feliz y una afirmación literaria: al cabo, el escritor no reconoce otra vida que la de la letra, a sabiendas de que todo lo escrito es imperfecto. O tan perfecto como esos espacios en blanco que, en un tácito homenaje a Mallarmé, cierran este libro. Porque, al fin, un juego de dados no abolirá el azar.
Nuria Amat o el infierno de la pasión por José Miguel Oviedo
RESEÑA A POEMAS IMPUROS. Ediciones B.
Nuria Amat es una escritora multifacética. Es más
conocida por sus novelas, que registran sus experiencias en ambientes tan
diversos como el mundo en el que se formó (El pais del alma, 1999) o la
Colombia de la violencia retratada en Reina de América (2002); pero cultiva
también el teatro, la crítica (es autora de un ensayo sobre Juan Rulfo) y
ahora la poesía. El libro que acaba de publicar en este género se titula
Poemas impuros y es realmente el primero, porque el anterior, Amor infiel
(2004), recoge sus versiones libres de poemas de Emily Dickinson. El
presente libro es una obra notable, en verdad excepcional. Se trata de una
colección consagrada, en un grado absoluto y obsesivo, al tema amoroso.
La pasión erótica es examinada con tanta intensidad como minuciosidad. La
sensación de que estos poemas, generalmente breves, son parte de un
diario íntimo se acentúa porque carecen de título: son como fragmentos de
un discurso amoroso, de una angustiosa reflexión cuyo flujo no tiene
principio ni ni fin.
profundo y explica la irresistible urgencia.de su tono: no nos permite
olvidar la proximidad entre lo vivido y lo escrito. ¿Por qué son «impuros»
estos poemas? Tal vez porque son una vía para conjurar el recuerdo de algo
perturbador y oscuro que la poeta no puede soportar más a solas; un
epígrafe reza: «Tu impureza es la puerta del olvido». Pero también puede
pensarse en una noción opuesta a la vieja fórmula del «puro amor», en el
sentido de sentimiento sin mezcla, medida ni término. Frente a ese amor
idealizado, tenemos este amor por esencia precario, dolorosamente
impefecto, con plazos siempre inminentes; una contrariedad sin remedio,
una experiencia aciaga y turbia, un malestar casi traumático. Quizá más
propio sería hablar de desamor, ya que la idea del placer y la felicidad ha
desaparecido casi por completo. Sólo quedan la inquietud y el malestar. La
poeta encarna la gran paradoja amorosa: aunque bien sabe que va a volver
a infligirse las mismas heridas de antes, siempre se deja seducir por sus
quimeras y promesas, repitiendo así un ciclo tormentoso del que no puede
escapar.
En un poema, la vemos ceder (o imaginar que
cede) a la tentación del encuentro fortuito: «Un hombre me sonríe / delante
de un semáforo, / yo adelanto mis ojos, / mejor no digo nada», y después
resignarse a lo inevitable: «a la sorpesa de los amores contrariados, / no
existe dulzura ni esperanza». Como puede verse por esta cita, su poesía
usa un vocabulario que básicamente pertenece al lenguaje de todos los
días; la complejidad está en los sutiles sentidos, relaciones y ritmos que
logra arrancar de ellas: «Lo que toco / se desvanece, / lo que amo / se
estropea. / Mi conflicto con la vida / es tan agudo / que, entre amar y
matar / apenas veo la diferencia / de una letra». Hay una perturbadora
asociación entre esos amores que la asoman a un infierno tan temido como
deseado y el pensamiento de la muerte; hallamos referencias al homicidio o
al suicidio, considerados como salidas a relaciones y conflictos ya
insostenibles. Todo es incierto y confuso: mientras ahora la abraza alguien
que ama, languidece por el que la dejó para siempre. Esa morbidez, esa
exasperación, esa zozobra visceral crean un clima que nos recuerda la
poesía de Alfonsina Storni (en sus libros maduros), Alejandra Pizarnik,
Emily Dickinson o Blanca Varela, voces que comunican la tortura recóndita
de la pasión amorosa.
La mención a estas poetas mujeres nos presenta la cuestión de la expresión
literaria «femenina» o «feminista». Aparte de lo discutible de la expresión
«literatura femenina» (pues supone que habría una «literatura masculina»),
la actitud de Amat es del todo ajena a una versión programática de lo
femenino; su sensibilidad corresponde a su condción de mujer, pero el alto
mérito de su poesía no reside en eso, sino en el valor moral y literario de
escribir con un ejemplar despliegue de su libertad creadora para mostarnos,
sin prejuicios ni pudores, cómo ama y cómo juzga su propia conducta. Al
hablar de sí misma y presentarse tal cual es -con su «carne climatérica»,
«el somnífero del almuerzo» y otros agravios del tiempo-, produce un
efecto desgarrado y desgarrador: el de una voz traspasada por el
inconfundible timbre de la verdad humana, que es siempre impura.