Cataluña, creadora de artistas, ha sido siempre defensora de la libertad y derechos de las personas. El carácter catalán (me remito a los archivos) “es realista, práctico, sensato, comprensivo, intuitivo, genialoide, y con un gran sentido común en sus actividades diarias, pero también llega a ser, en determinadas ocasiones, idealista en exceso, excéntrico sin remedio, capaz de apostarlo todo a cara o cruz, buscando ser grande y sufriendo de ser un país pequeño”. La Historia es una espina clavada en una buena parte de los catalanes. De ahí que sus políticos se sientan cargados de una misión excelsa -salvar el pueblo catalán-, forjada, en muchos casos, por un sentimiento colectivo y contagioso que deriva, como ahora, y por parte de un sector minoritario del gobierno, en un nacionalismo excluyente que cree tener en su país a un gran enemigo hereditario, al punto de no poder seguir viviendo ni existiendo sin este enemigo en casa, real o imaginario.

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